sábado, junio 24, 2006

No derramen sal, que no hay quien limpie


He tenido una semana de pesadilla, lo comparto mas que nada para romper la racha y no dejarlo dar volantines en mi cabeza, para dar a entender que a pesar de lo compleja que puede ser la suerte no creo que Dios juegue a los dados.

Creo que recibimos lo que pedimos, que si acumulamos méritos obtenemos de alguna manera un premio de los albores del universo y si pasa lo contrario no queda otra que resignarse a la represión. Es bastante mencionado por algunos credos celtas u orientales.
En la creencia Wicca por ejemplo, de cometer algo negativo este se verá revertido tres veces más contra ti; está también el número de darmas y karmas que se acumulan durante la vida y obviamente al que más me remito: la ley del boomerang, lo que hagas, bueno o malo, volverá hacia ti, de alguna manera siempre lo hace.

La suerte no debe ser confundida con la probabilidad, pues la suerte en todo caso, parece darse bajo la ejecución de alguna acción que buena o mala, importante o irrelevante despierta una reacción de sucesos en cadena que si llaman la atención denominamos suerte. La probabilidad por lo contrario no planea ni premiarte, ni sancionarte, es la otra fibra del universo que se da sin ningún motivo aparente porque ni Dios tiene tiempo de planear lo que pasará con tu café, ni tú de darte cuenta de ello. Con todo esto quiero decir que la probabilidad muchas veces puede ser calculable y medida, que con un poco de iniciativa propia y conocimientos físicos de alto alcance puedes determinar como caerán los dados. Pero la suerte, pasando por todo aquello supernatural que la controla, tiene un asta que tú llevas en la mano.
Pensar bien, estar bien. No es mala suerte que te arresten si pretendes pasar polvillos mágicos por la aduana.

Claro que aún no hemos tocado el supuesto caso de que todo esté de nuestro lado, mente cuerpo, cosmos, tengamos el perfecto empleo, una boda volteando la esquina, los mejores pronósticos de la astróloga radial, el viento suave y ligero en nuestro rostro y algún cristiano olvide ajustar un tornillo en el ala del avión que nos lleva de vacaciones. ¿Suerte, probabilidad? Ojalá no tengamos que ver el lado oscuro de ninguna, ojalá sólo nos diera pases libres y helados gratis en el cine.

jueves, junio 15, 2006

El Amor Involuciona

En una persona la idea de una relación sentimental entre dos congéneres va evolucionando tan rápido como su propio metabolismo biológico, la experiencia de relaciones pasadas va aportando una característica más a la cuantiosa base de datos que toda persona necesita para sobrevivir en una jungla suburbana, donde al menor descuido puedes ser cazada por una bestia que además de comprometer seriamente tus más básicos instintos puede devorar tu corazón y arrojar las sobras a los perros.

Todos estamos alertas al próximo salto, el mínimo rugido o la técnica de camuflaje más sofisticada, ¿será que incluso enamorarse en estos tiempos amerita la compra de un seguro de vidas?

Si miramos al pasado, en la época de nuestros abuelos, incluso la de nuestros padres, el cortejo y el enamoramiento eran asuntos de familia, tradición y política. El protocolo indicaba una cena como primera cita, un beso sólo después del segundo mes, algún mimo si contaban con la presencia del hermano mayor; todo parecía estar perfectamente estipulado en la ley de las relaciones y la pareja se limitaba a seguir cada norma en el tiempo y espacio adecuado. Fueron aquellos tiempos en que se concibieron las muchas relaciones que ya en este siglo ostentan bodas de plata y tienen hijos casados que jamás vieron a sus padres faltarse al respeto, levantarse la voz o tocarse un pelo.

El tiempo se ha ido volando, ya Einsten nos dijo que la gravedad no es la culpable de que la gente se enamore y todos hemos cogido con mucho respeto y devoción el “coje el día” de algunos previos a nosotros. Ahora en que las relaciones parecen basarse más en la realidad y la honestidad ¿por qué le tenemos tanto miedo a enamorarnos?
No es ninguna novedad que la gente diga cada vez menos “te amo” y que el decirlo implique involucrarse en una tragicomedia de engaños y medias verdades; sacando cuentas ya nadie parece estar seguro de estar enamorado y los que lo han estado tienen motivos para no querer estarlo de nuevo.

Precisamente en la era de la libertad, la sofisticación y la espontaneidad, donde cada uno más conciente de su superioridad evolutiva tiene un concepto más elevado de la familia, la pareja y el amor, es cuando nos sentimos más desprotegidos y vulnerables a ser atrapados desprevenidos en la jungla en que se han convertido las grandes urbes. Nuestro desarrollo cognitivo parece no ser directamente proporcional a nuestro desarrollo sentimental, justo ahora en que las relaciones no son ni revisadas ni corregidas por ningún organismo inquisidor de estilo medieval es cuando menos podemos sentirnos a gusto con nuestros propios sentimientos.

¿Acaso estaremos involucionando y lentamente regresando a la era de las cavernas?, ¿La espontaneidad es el disfraz del desenfreno animal?, ¿la emancipación de la norma y la etiqueta nos devuelve a la etapa primaria en que la relación se limitaba a la simple procreación?

La teoría explica mucho de todo, lo que cuenta son nuestras apreciaciones de lo que solíamos sentir, lo que sentimos y de lo que alguna vez seremos capaces de sentir, simple amor o simple instinto de supervivencia.